Con la crisis económica, estoy teniendo la oportuna ocasión de rememorar las clases de Macroeconomía del Profesor G.K. Shaw en la Universidad, y no solo por la calidad de las mismas, sino porque 15 años después cobra especial vigencia su empeño por la política económica de John Maynard Keynes.

Keynes promulgaba que la base de todo crecimiento de la riqueza nacional era la estimulación del consumo, lo cual solo podía ser alentado por el aumento (aunque fuese artificialmente: «contrata a un obrero para abrir una zanja y a otro para cerrarla…») de la demanda privada, y por estímulos fiscales, dos aspectos que suponen un fuerte intervencionismo del Estado en la vida de las personas.

Estas ideas fueron apartadas durante muchos años tras el auge del Monetarismo de Milton Fiedman, que promulgaba que, independientemente de las aserciones de J.M Keynes acerca de la economía «demand-driven», el verdadero crecimiento de la riqueza nacional podía ser estimado y articulado mediante la oferta monetaria.

Finalmente, hasta hace bien poco, todos nos congratulábamos de la perfección de la máquina capitalista, que, ella solita era capaz de regularse, en un mundo en donde la oferta y la demanda debían fluir libremente a su antojo porque, oh, misterios del destino, ellas mismas pondrían a cada uno en su sitio. Y ojito con los Gobiernos, que no están aquí para intervenir en el libre flujo de las curvas de oferta y demanda, sino para hacer hospitales y garantizar nuestras pensiones.

En este escenario, compruebo que diarios escritos y digitales se hacen eco de las opiniones de afamados economistas acerca de la idoniedad de la política macroeconómica Keynesiana a los tiempos que vivimos, y no solo eso, sino que muchas de las decisiones de intervención aprobadas por los diversos gobiernos (el «Obamazo«, los 8.000 millones de Zapatero) no son sino aplicaciones prácticas de la política promulgada por este británico en el período de entreguerras: estímulo fiscal, incentivación de la demanda privada, intervención pública en entidades financieras, etc, con el único fin de volver a hacer crecer la riqueza nacional, y re-engrasar los motores de las economías mundiales, chamuscados de capitalismo liberal y excesos vergonzosos.

A los economistas, casi lo primero que nos enseñan es que la economía es un ciclo. Si John Maynard Keynes levantara cabeza, no podría sino corroborar esa afirmación con una sonrisa en la cara.

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